Una mujer nunca se siente suficientemente deseada y apreciada. Quiere atención, pero demasiado a menudo él hombre es distraído e insensible. El libertino es una de las grandes figuras de la fantasía femenina: cuando desea a una mujer, por breve que pueda ser ese momento, irá hasta el fin del mundo por ella. Puede ser infiel, deshonesto y amoral, pero eso no hace sino aumentar su atractivo. A diferencia del hombre decente normal, el libertino es deliciosamente desenfrenado, esclavo de su amor por las mujeres. Está además él señuelo de su reputación: tantas mujeres han sucumbido a él que debe haber un motivo. Las palabras son la debilidad de una mujer, y él es un maestro del lenguaje seductor. Despierta el ansia reprimida de una mujer adaptando a ti la combinación de peligro y placer del libertino. (Robert Greene)
En principio podría parecer extraño que un hombre visiblemente deshonesto, infiel y sin interés en el matrimonio atraiga a una mujer. Pero a lo largo de la historia, y en todas las culturas, este tipo ha tenido un efecto implacable. El libertino ofrece lo que la sociedad no permite normalmente a las mujeres: una aventura de placer absoluto, un excitante roce con el peligro. Una mujer suele sentirse agobiada por el papel que se espera de ella. Se supone que debe ser una delicada fuerza civilizadora de la sociedad, y anhelar compromiso y lealtad de por vida. Pero, a menudo, su matrimonio y relaciones no le brindan romance ni devoción, sino rutina y una pareja invariablemente distraída. Es por eso que persiste la fantasía femenina de un hombre capaz de entregarse por entero; un hombre que viva para la mujer, así sea sólo un instante.
Este reprimido lado oscuro del deseo femenino halló expresión en la leyenda de Don Juan. Al principio, esta leyenda fue una fantasía masculina: el caballero audaz que podía tener todas las mujeres que quisiera. Pero en los siglos XVII y XVIII, Don Juan transitó lentamente del aventurero masculino a una versión más feminizada: un hombre que sólo vivía para las mujeres. Esta evolución fue producto del interés de las mujeres en ese argumento, y resultado de sus deseos frustrados. El matrimonio era para ellas una forma de servidumbre por contrato; pero Don Juan ofrecía placer por el placer mismo, un deseo sin condiciones. Cuando una mujer se cruzaba en su camino, él no pensaba más que en ella.
Su deseo era tan fuerte que ella no tenía tiempo de pensar ni preocuparse por las consecuencias. Él llegaba de noche, concedía un momento inolvidable y desaparecía. Quizá para entonces ya había conquistado a miles de mujeres, pero eso no hacía sino volverlo más interesante; el abandono era mejor que no ser deseada por un hombre así. Los grandes seductores no ofrecen los apacibles placeres que la sociedad aprueba. Tocan el inconsciente de una persona, los deseos reprimidos que claman por ser liberados. No creas que las mujeres son las criaturas frágiles que a algunos les gustaría que fueran. Como a los hombres, también a ellas les atrae enormemente lo prohibido, lo peligroso, incluso lo un tanto perverso. Recuerda siempre: para actuar como libertino, debes transmitir una sensación de oscuridad y riesgo, con objeto de sugerir a tu víctima que participa de algo raro y estremecedor —una oportunidad para satisfacer sus propios deseos lascivos.
Para actuar como libertino, el requisito más obvio es la capacidad de soltarte, de atraer a una mujer al periodo puramente sexual en que pasado y futuro pierden sentido. Debes poder abandonarte al momento. (Cuando el libertino Valmont —basado en el duque de Richelieu —, en la novela epistolar de Lacios del siglo XVIII, Las amistades peligrosas, escribe cartas evidentemente calculadas para tener cierto efecto en su víctima selecta, Madame de Tourvel, ella adivina a todas luces sus intenciones; pero cuando esas cartas la hacen arder de pasión, empieza a ceder.) Un beneficio adicional de esta cualidad es que te hace parecer incapaz de controlarte, muestra de debilidad que agrada a una mujer. Al abandonarte a la seducida, le haces creer que sólo existes para ella, sensación que refleja una verdad, por temporal que sea. La mayoría de las centenas de mujeres que Pablo Picasso, consumado libertino, sedujo al paso de los años tuvieron la sensación de ser las únicas que él en verdad amaba.
Al libertino jamás le preocupa que una mujer se le resista, ni, en realidad, ningún otro obstáculo en su camino: un marido, una barrera física. La resistencia no hace otra cosa
que espolear su deseo, incitarlo aún más. Cuando Picasso seducía a Francpise Gilot, le rogó que se resistiera; necesitaba resistencia para incrementar la emoción. En todo caso, un obstáculo en tu camino te brinda la oportunidad de demostrar tu valía, tanto como la creatividad que pones en las cosas del amor. En la novela japonesa del siglo XI, La historia de Genji, de la dama de la corte Murasaki Shikibu, al libertino príncipe Niou no le inquieta la repentina desaparición de Ukifune, la mujer que ama. Ella ha huido porque, aunque interesada en el príncipe, está enamorada de otro hombre; sin embargo, su ausencia permite a Niou hacer hasta lo indecible por encontrarla. Su súbita aparición para arrebatarla hacia una casa en lo hondo del bosque, y el valor que muestra al hacerlo, la apabullan. Recuerda: si no enfrentas resistencias y obstáculos, debes crearlos.
La seducción no puede avanzar sin ellos. El libertino es una personalidad extrema. Descarado, sarcástico e ingenioso, lo que piensen los demás no le importa. Paradójicamente, esto no hace sino volverlo más seductor. En la cortesana atmósfera de Hollywood, en la época del imperio de los estudios, cuando la mayoría de los actores se portaban como borreguitos, el gran libertino Errol Flynn destacó por su insolencia. Desafiaba a los directores de los estudios, hacía bromas inmoderadas y se deleitaba en su reputación de supremo seductor de Hollywood, todo lo cual aumentó su popularidad. El libertino precisa de un telón de fondo convencional —una corte anquilosada, un matrimonio aburrido, una cultura conservadora— para brillar, para ser apreciado por la bocanada de aire fresco que aporta. Jamás te preocupes por excederte: la esencia del libertino es llegar más lejos que nadie.
Cuando el conde de Rochester, el libertino, además de poeta, más famoso de Inglaterra en el siglo XVU, raptó a Elizabeth Malet, una de las damas jóvenes más asediadas de la corte, se le castigó debidamente. Pero he aquí que, años después, la joven Elizabeth, aunque cortejada por los mejores partidos del país, eligió a Rochester por esposo. Al exhibir su atrevido deseo, él se distinguió del montón. (Robert Greene)